sábado, agosto 1

D G, Proletkult

D. Gonzalez conocio al mismo “gato belo” que yo conoci, ese que avanzaba a pasos cortos por los pasillos de la esquina de Alem y Guido

D. Gonzalez creció frente a un baldio sin final, un pedazo de estepa al otro lado de la calle. Mas alla las vías del tren, luego de eso el desierto.

De Gonzales escucho tres millones setecientos seis acordes de una guitarra eléctrica Gibson antes de cumplir los dos años. Viajo al sur y nos conocimos.

De Gonsales entrevió algunas posibilidades de la divinidad. Tomo por asalto sus altares y besó a las vírgenes que lloraban sangre bajo los arboles añosos que crecen en las márgenes sureñas del rio negro.

Se rio una noche de invierno y su risa exploto sobre el asfalto y vio como una nube de humo espeso se elevaba, meciéndose, mientras el aire permanecía perfectamente inomvil.

Otras noches, antes o después, escribió algunas palabras sobre un cuaderno pequeño, diseñado para que los niños ensayen sumas y restas. Tal vez haya escrito sobre un pájaro de alas inmensas, oscureciendo el cielo y de un hombre que se subia a un automóvil en llamas. Me llevas hasta el centro, preguntaba.

Volvió a escribir, bebiendo sus palabras varias noches consecutivas. Durmió apenas.

La quinta noche en vela decidió bañar su cuerpo en alcohol y saltar desnudo sobre un pequeño fuego que fue alimentando con las hojas del cuaderno sobre las que había escrito sus poemas, esas palabras desordenadas. Su barba había crecido despareja, revuelta y rojiza.

Me encontré con él algunos años después. Masticaba las cenizas de su incendio, los ojos como dos carbones pulidos. Fumaba y la piel de su rostro copiaba la forma de sus pomulos.

Puso un pequeño volumen de poesía en mis manos y luego cada uno de nosotros volvió al agujero del que había salido.

La ultima vez que lo vi hacia dedo en una ruta ventosa, los pantalones se le pegaban a las canillas. Estaba prolijamente afeitado. Era abril ese anochecer y el cielo podía atravesarse con los ojos. Imagino que tenia un cigarrillo en los labios. El no me vio, lo encandilaban los faros de los autos, detrás suyo parecía no haber nada mas que la noche.

1 comentario:

  1. "Me encontré con él algunos años después. Masticaba las cenizas de su incendio, los ojos como dos carbones pulidos. Fumaba y la piel de su rostro copiaba la forma de sus pomulos."

    si es tuyo, me sorprende más que gratamente, me sorprendió mucho. es lo mejor que he leido tuyo lautaro, aunque tampoco he leído tanto.
    sino, igual está muy bien narrado.

    abrazo grande hermano realista.

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