martes, noviembre 17

Cazamiento

Bajo la lluvia, atrofiados los sentidos.

En la avenida parece no haber contornos; todo es combustión, vidrieras y carteles multiformes repitiéndose como en espejos.

En la oficina de puerta vidriada antiséptica, un hombre y una mujer han contraído matrimonio, sendas firmas apalabran su amor. Arroz y cigarrillos se desparraman entre las baldosas.

La novia, discretamente blanca, camina sonriendo por la vereda bajo un paraguas gris. Una paloma alquitranada por el hollín de los motores mira con ojos plásticos, como dos botones diminutos. Se reflejan, ambas, en el universo paralelo de los charcos.

Los señores de riguroso saco, las damas de rigurosa sonrisa, las palomas esperando su migaja, su ración de arroz, todos se adormecen en sordina.

No hay viento que arrastre sus mascaras de arena, solo esta lluvia pertinaz que los apelmaza.

Un pibe, corriendo descalzo, pasa entre la gente. Los charcos explotan bajo las plantas de sus pies, tiene unos jeans azules cortados bajo las rodillas y la cabeza rapada. Corre, abriéndose camino entre el tumulto, por huellas que se cierran tras de sí.

Una niñita con un vestido rosa lo mira como quien ve visiones, los demás no pueden verlo. Aunque lo miran, sí, con ojos áridos.

Las palomas lo ven venir, inquietas. Lo ven saltar y deslizar de rodillas por al agua y cuando se dan cuenta de lo que pasa ya lo tienen encima. Algunas vuelan con desesperación, ciegas, pero es tarde: sus manos ya se cierran sobre una paloma ennegrecida, sobre sus plumas y sus pulgas y su carne. Sus ojitos, botoncitos, vacios de emoción, trepidan; los del pibe ríen, achinándose.

Con su presa segura, se levanta y corre hacia la esquina. Desde su lecho de goma espuma roída, otro pibe, otra cabeza rapada, se excita y ríe a su vez. Entre los dos meten la paloma en una caja de zapatos negra, la atan y la dejan en el fondo de su carro, junto a otras cajas de zapatos.

Se van, el más grande arrastrando el carro, el más chico en su butaca carcomida y la paloma en su caja negra de zapatillas adidas.

Los señores, las damas, todos murmuran; se oye una voz pastosa insuflada de indignación, un bigotito gris recortado con esmero: La inseguridad ha llegado al colmo, ni siquiera nuestras palomas se salvan.