domingo, noviembre 7

El que se muere

Hablamos una vez acerca de sus muertes,
me miraba en un ojo, despues
con intensidad,
en el otro.
La mitad de mi muerte bastaria para aplastarte-
dijo.
Yo se morir con estilo. Volvio a decir.
Su mano, la mano de un halcon, sobre mi hombro.
Lo recuerdo recostado sobre el respaldar de la silla, con una mueca
que no se interpretar. Tal vez reia.
Lo recuerdo la primera vez que lo vi, perdido en una calle atestada de gente,
salio de entre la multitud.
Se perfectamente que la mitad de estos recuerdos son ficcion,
se perfectamente que la otra mitad son recuerdos.
Y ahora estoy aplastado, mirando a traves de los barrotes de una silla.
Hay tanto ruido, que no puedo escuchar mis recuerdos.
Aunque, quien puede saber, por ahì sea el ruido que producen los recuerdos, cuando no quieren ser ordenados, mutiladamente bien vestidos para una ocasion.
O el ventilador, que gira y gira buscando empujar afuera el calor de todo el verano, de toda la ciudad.
El halcon, no supe mas nada de èl. Solo lo que decian los diarios
Solo lo que mentian los diarios, esas maquinas de cortar el calendario.
Como sea,
solo la silla,
me quedó. La silla de un pajaro.

20 de diciembre

Si algo debiera decirse esta noche,
si una palabra o una mueca o un graznido debiera salir del fondo de la garganta
Seria algo asi como un espiral de arena
Un retorno imposible, como
Volver a un lugar que siempre es otro.
Volvemos a un lugar que siempre es otro.
Un lugar que se encarga de que nosotros permanezcamos
con los mismos ojos las mismas manos- Nosotros los mismos,
distintos cada vez.