viernes, octubre 30

stormy weather

Afuera era de noche. Las puertas del balcón se abrieron, un viento balbuceante agitaba las copas de las arboles.
N. estaba en la cocina, sentado a la mesa. Caminó hasta la habitación y bajó las persianas. Luego subió hasta la terraza preocupado por las sabanas y frazadas que había tendido más temprano, cuando un calor denso bajaba, vertical, desde lo alto.
Encontró solo una sabana azul tendida, flameando; en un rincón, apelmazado, había un cubrecama verde. Lo demás había volado. Se asomo y miró hacia la calle, hacia los arboles cercanos. Luego hacia el cielo.
La oscuridad era un tumulto de sombras superpuestas y luces opacas que refractaban sus espectros en una bóveda de vapor y hollín.
Hacia el este el cielo adquiría un tono azul turbio. No había luna y N. imaginó que desde el rio se deberían ver infinitas estrellas.
La tormenta avanzaba desde el oeste y el cielo se dividía justo por encima de su cabeza. Una serie de relámpagos partía la espesa masa de nubes, iluminando la terraza, los arboles, las sabanas. Nubes secas, o mejor, nubes de barro.
Tomó la sabana y el cubrecama y los extendió en el suelo. Se sentó con la espalda apoyada en la pared. Primero el relámpago, después el estallido, la bruma avanzaba hacia el río.
Pasaron unos minutos, después bajó. Fue hasta el balcón y entró la bicicleta de su hijo. Iba a llover en cualquier momento. Entre las ramas cercanas de un plátano vio una de sus sabanas azules, sacudida por las ráfagas. Intentó levantarla con el escobillón pero el viento la hizo caer al asfalto.
Bajó con pasos cortos y livianos la escalera y salió a la calle. Por primera vez en el día sintió frío, y le pareció que sus pies estaban desnudos y entonces vio que, en efecto, estaban desnudos. La sabana azul estaba en medio de la calle, cuando la levantó vio una de sus frazadas abollada en la vereda, justo bajo su ventana.
El policía que fingía vigilar la esquina de su edificio lo miraba con atención, víctima de un aburrimiento plomizo, sonreía. Vestía un chaleco naranja y una gorra azul. Sonreía, burlón. Entonces empezó a llover, durante un segundo fueron gotas volátiles, como chispas, luego algo pareció partirse y con un bramido sin luz cayeron chorros de lluvia tibia. N. levantó los ojos al cielo y vio sus frazadas colgando entre algunos cables y ramas. Volteó, el policía se mojaba solemnemente. Abrió la puerta y entró a la penumbra del edificio.

sábado, octubre 17

Con be de Becket

" Seguramente estabamos muertos, en un sentido impúdico. No literal, sino en ese estado casi catatónico en el que todo pasa a través de las membranas de la mente pero los actos solo repiten formulas gastadas, monótonas, dando como resultado una vida gris, sin atisbos de creatividad, menos aun de coherencia.
Como fuese, nos apelmazábamos en un sillón sintetico, verde. Unos cerca de los otros, pero sin contacto. Lo mas real de todo aquello era el sexo. Podia sobrevenir en cualquier momento, de improviso y ya estabamos desabrochándonos las braguetas.
Despues había silencios de variados matices. Las cabezas en su fuero interno abrían ventanas, miraban hacia algún lugar inabarcable. Estabamos muertos.
Tampoco pretendo presentar una distinción tajante con el estado actual de las cosas de tal modo que diga, ahora estamos vivos antes muertos. No es esa la intención. Solo deseo, merced a la distancia que media entre esos días y estos, ponerme frente a los hechos de manera critica con la secreta esperanza de comprenderlos. Solo eso al fin y al cabo. Eso y el placer que me produce el sonido del teclado de mi maquina de escribir bajo la presion de mis dedos. La introspección resulta un modo abstracto de la asfixia.
Estamos muertos.
Sin nada para decir, lo que equivale mas o menos a la misma cuestión… "