domingo, noviembre 7

El que se muere

Hablamos una vez acerca de sus muertes,
me miraba en un ojo, despues
con intensidad,
en el otro.
La mitad de mi muerte bastaria para aplastarte-
dijo.
Yo se morir con estilo. Volvio a decir.
Su mano, la mano de un halcon, sobre mi hombro.
Lo recuerdo recostado sobre el respaldar de la silla, con una mueca
que no se interpretar. Tal vez reia.
Lo recuerdo la primera vez que lo vi, perdido en una calle atestada de gente,
salio de entre la multitud.
Se perfectamente que la mitad de estos recuerdos son ficcion,
se perfectamente que la otra mitad son recuerdos.
Y ahora estoy aplastado, mirando a traves de los barrotes de una silla.
Hay tanto ruido, que no puedo escuchar mis recuerdos.
Aunque, quien puede saber, por ahì sea el ruido que producen los recuerdos, cuando no quieren ser ordenados, mutiladamente bien vestidos para una ocasion.
O el ventilador, que gira y gira buscando empujar afuera el calor de todo el verano, de toda la ciudad.
El halcon, no supe mas nada de èl. Solo lo que decian los diarios
Solo lo que mentian los diarios, esas maquinas de cortar el calendario.
Como sea,
solo la silla,
me quedó. La silla de un pajaro.

20 de diciembre

Si algo debiera decirse esta noche,
si una palabra o una mueca o un graznido debiera salir del fondo de la garganta
Seria algo asi como un espiral de arena
Un retorno imposible, como
Volver a un lugar que siempre es otro.
Volvemos a un lugar que siempre es otro.
Un lugar que se encarga de que nosotros permanezcamos
con los mismos ojos las mismas manos- Nosotros los mismos,
distintos cada vez.

sábado, septiembre 25

Otro

Luego esos cajones con la biblia de Giddeons, el sexo rumoroso de espanto y un lento dolor en las manos.

Haiku libre I

Todo este escenario escapa de mi, como los pajaros
Este bosque merece su libertad, como los pajaros.

sábado, septiembre 18

Breve Crimen

Se alza una bandera en la plaza pública, los rostros de los paseantes se vuelven y se quedan fijos, fascinados. La bandera es de sangre, las gotas explotan sobre el pavimento polvoriento y las salpicaduras rojas, oscuras, comienzan a manchar los pies de las personas que lentamente van acercándose, llenas de espanto. Hay un muerto sin rostro, los agujeros de los ojos son dos espejos y en ellos se reflejan esos hombres y mujeres. Cada uno ve su propio cadáver, el frio les surca la espalda. Las damas chillan. Los señores aprietan las mandíbulas y mascullan maldiciones. El muerto esta tan muerto, sumido en su propia naturaleza. Espanta hombres, pero no pájaros: Los chimangos le picotean los labios resecos.
Carnaval de los miedos, el muerto ríe su muerte. La multitud se cierra sobre sí misma, espalda con espalda. Somos mortales, piensan, pero no se resignan. Alguien llama a la policía y los uniformados se presentan vestidos de bigotes, azules turbios. Los lentes oscuros de los oficiales reflejan los rostros de los hombres y de las mujeres. Imágenes parcas. Las mujeres se irrigan mientras los revólveres se desenfundan frente a sus ojos, los hombres sonríen, nerviosos. El muerto cuelga, no le importa que lo olviden. Los chimangos comen, no les interesa la sangre caliente.
La multitud vitorea a los uniformados. Reclama un castigo para ese muerto que los transforma a ellos mismo en muertos. Mano dura, gritan las damas. Qué derecho tiene ese muerto de colgarse en los arboles de nuestra plaza? La multitud solo quiere que se cuelguen sus condenados y no un sujeto hecho de espejos. Jamás uno de ellos. El muerto esta triste, se siente súbitamente solo. Ahora que los chimangos lo han terminado de despellejar emprenden un vuelo raudo y se alejan. Quiere irse a su casa y aprovecha que la gente se agolpa alrededor de la policía para irse sin que lo noten. Se arrastra por el suelo, la mayoría de sus huesos están desnudos. Se marcha.
De súbito alguien grita. El muerto- y señala el mástil vacio y el hielo se clava en las venas de los hombres. Las damas lloran y se arrojan al suelo. Nadie comprende lo sucedido. Se miran los unos a los otros. El policía de mayor rango se para en un cajón de manzanas y reclama la atención de los presentes disparando dos veces al aire.
Calma, calma señores, centenares de ojos se proyectan en dirección al rostro del policía, nosotros estamos en contacto con situaciones como estas permanentemente en nuestra labor diaria. Sabemos exactamente cómo proceder. Hace un pausa, un silencio patético con el que se adueña del humor general. Su mirada se pasea escrutadora , ida y vuelta.
Lo que necesitamos es otro muerto que reemplace al anterior.
Silencio. La reacción de los hombres llega gradualmente, degradé de la violencia original: primero un murmullo, algún cruce de palabras. Acusaciones, forcejeos y luego caen abatidos alrededor de cuatro hombres y cinco mujeres, en su mayoría ancianos. Dos de ellos, atados con los gruesos cordones de las botas de los agentes, son izados en el mástil donde había sido hallado el primer muerto. Los demás en los pinos que crecían alrededor. Cuando estuvieron todos colgados el policía de mayor rango vuelve a subirse al cajón. Ya no necesita reclamar atención, la multitud lo sorbe con los ojos.
Tranquilos señores, les pedimos ahora que tengan calma. Tenemos a nuestros mejores hombres trabajando para desentrañar las causas y las circunstancias de estas muertes. Ahora por favor, circulen. Las damas se persignan, los hombres se dan apretones de manos y palmadas. Algunos hacen ademan de limpiarse las salpicaduras de sangre de los zapatos pero los inhibe la mirada de los uniformados. No vaya a ser que ellos quedaran implicados en el crimen.

domingo, agosto 22

Fogwill R I P

Una breve mencion y un homenaje minimo:

"...Fogwill descolló por la prosa contundente, la innovación en las formas y la provocación. Escribió la novela que lo catapultó, Los pichiciegos, en seis días y con una ración dosificada de 12 gramos de cocaína. Transcurría la Guerra de las islas Malvinas entre su país -Fogwill nació en Bernal, un suburbio del sur de Buenos Aires- y Reino Unido, y aquel publicitario de 41 años que había publicado sus primeras poesías quiso narrar aquel conflicto: "Ni los ingleses ni los malvineros, ni los marinos ni los de aeronáutica: ni los del comando, ni los de policía militar tienen un miserable frasquito de polvo químico, tan necesario. No hay polvo químico, nadie tiene. Con polvo químico y piso de tierra, caga uno, cagan dos, cagan tres, cuatro o cinco y la mierda se seca, no suelta olor, se apelotona y se comprime y al día siguiente se la puede sacar con las manos, sin asco, como si fuera piedra, o cagada de pájaros".

jueves, junio 3

Tres: Epantapajaros

Sin esperar demasiado de los días por venir, con apenas la ropa para surcar el verano. El bosque vibra, el sol crepita. Hoy en dia vivo un verano que creía extinto, a caballo de una criatura mitológica, de pelaje terso y ojos de cristal calido. Viendo por entre las hojas como envejecen las tardes. Durmiendo sin ansias el sueño de otros seres. Creyendo en ese viejo mito del amor como un ciego, un idiota confeso, un espectro que habita en un cuerpo hostil en sus gestos pero tan sabio, tan disciplinado. Pero impensable resulta todo eso que hoy importa, que sostiene las visagras de las horas, del cielo ferroso que escupe multitudes estrelladas.
Pasan los días, el verano crece sobre nosotros, desparrama su lengua aspera sobre la tierra seca. Enloquecemos con naturalidad, a veces de modo gradual; otras en forma de estampidas, desparramando materia gris en el barro de los parques. De repente sanamos, con la misma presteza. Tomamos el aire frio del fondo del valle y cuando todo pensamiento parece acordonado y rectilíneo, volvemos a perder el sentido, cada vez con mas gracia y elegancia. Y en todo esa dialectica de la confusion nos sonreímos, con visos de fraternidad, manteniendo a raya el espanto que nos camina por la espalda. Cuando estoy solo aprieto fuerte los nudos que mantienen unidas mis vertebras, afirmo las rodillas en sus ejes y salgo a caminar, como un espanta pajaros, de cara al sol.