sábado, septiembre 18

Breve Crimen

Se alza una bandera en la plaza pública, los rostros de los paseantes se vuelven y se quedan fijos, fascinados. La bandera es de sangre, las gotas explotan sobre el pavimento polvoriento y las salpicaduras rojas, oscuras, comienzan a manchar los pies de las personas que lentamente van acercándose, llenas de espanto. Hay un muerto sin rostro, los agujeros de los ojos son dos espejos y en ellos se reflejan esos hombres y mujeres. Cada uno ve su propio cadáver, el frio les surca la espalda. Las damas chillan. Los señores aprietan las mandíbulas y mascullan maldiciones. El muerto esta tan muerto, sumido en su propia naturaleza. Espanta hombres, pero no pájaros: Los chimangos le picotean los labios resecos.
Carnaval de los miedos, el muerto ríe su muerte. La multitud se cierra sobre sí misma, espalda con espalda. Somos mortales, piensan, pero no se resignan. Alguien llama a la policía y los uniformados se presentan vestidos de bigotes, azules turbios. Los lentes oscuros de los oficiales reflejan los rostros de los hombres y de las mujeres. Imágenes parcas. Las mujeres se irrigan mientras los revólveres se desenfundan frente a sus ojos, los hombres sonríen, nerviosos. El muerto cuelga, no le importa que lo olviden. Los chimangos comen, no les interesa la sangre caliente.
La multitud vitorea a los uniformados. Reclama un castigo para ese muerto que los transforma a ellos mismo en muertos. Mano dura, gritan las damas. Qué derecho tiene ese muerto de colgarse en los arboles de nuestra plaza? La multitud solo quiere que se cuelguen sus condenados y no un sujeto hecho de espejos. Jamás uno de ellos. El muerto esta triste, se siente súbitamente solo. Ahora que los chimangos lo han terminado de despellejar emprenden un vuelo raudo y se alejan. Quiere irse a su casa y aprovecha que la gente se agolpa alrededor de la policía para irse sin que lo noten. Se arrastra por el suelo, la mayoría de sus huesos están desnudos. Se marcha.
De súbito alguien grita. El muerto- y señala el mástil vacio y el hielo se clava en las venas de los hombres. Las damas lloran y se arrojan al suelo. Nadie comprende lo sucedido. Se miran los unos a los otros. El policía de mayor rango se para en un cajón de manzanas y reclama la atención de los presentes disparando dos veces al aire.
Calma, calma señores, centenares de ojos se proyectan en dirección al rostro del policía, nosotros estamos en contacto con situaciones como estas permanentemente en nuestra labor diaria. Sabemos exactamente cómo proceder. Hace un pausa, un silencio patético con el que se adueña del humor general. Su mirada se pasea escrutadora , ida y vuelta.
Lo que necesitamos es otro muerto que reemplace al anterior.
Silencio. La reacción de los hombres llega gradualmente, degradé de la violencia original: primero un murmullo, algún cruce de palabras. Acusaciones, forcejeos y luego caen abatidos alrededor de cuatro hombres y cinco mujeres, en su mayoría ancianos. Dos de ellos, atados con los gruesos cordones de las botas de los agentes, son izados en el mástil donde había sido hallado el primer muerto. Los demás en los pinos que crecían alrededor. Cuando estuvieron todos colgados el policía de mayor rango vuelve a subirse al cajón. Ya no necesita reclamar atención, la multitud lo sorbe con los ojos.
Tranquilos señores, les pedimos ahora que tengan calma. Tenemos a nuestros mejores hombres trabajando para desentrañar las causas y las circunstancias de estas muertes. Ahora por favor, circulen. Las damas se persignan, los hombres se dan apretones de manos y palmadas. Algunos hacen ademan de limpiarse las salpicaduras de sangre de los zapatos pero los inhibe la mirada de los uniformados. No vaya a ser que ellos quedaran implicados en el crimen.

2 comentarios:

  1. Ha vuelto la presencia malvada, a esa presencia le sangran la cabeza y las ideas y lo sigue haciendo con vehemencia...

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  2. No termino de dilucidar lo que implica el termino vehemencia, pero igual me alegra tu visita. Te voy a mandar algo para que leas, ya que estamos en la movida.
    Abrazo

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